TRASHUMANTES
TR ÁNSITO Y TESTIMONIO. L A OQUEDAD POR LOS TR ASHUMANTES.
Era inevitable que las consecuencias del presente hicieran futuro. En el desplazamiento de los tiempos que cercan la vida de las sociedades, lo previsible se sospecha real a partir de un juego de juicios lógicos. Las premisas prefiguran la conclusión y la contundencia de las circunstancias encuentran nuevas formas de ser… y de sorprendernos.
¿Cuántas personas han dejado este mundo en los últimos años? Tan importante como el fenómeno mexicano de migraciones que asola pueblos y moviliza economías descomunales, ha sido la migración por muerte. Miles de almas perdidas en el tránsito hacia otras dimensiones -quién sabe a cuál, depende del credo profesado- fuera de todo país y cualquier localización. Era previsible que tantos alientos extin- tos, por la fuerza de la violencia o las fuerzas naturales, dejaran en su lugar grandes cantidades de vacío y despojos. La oquedad en la sociedad se siente como un soplo en el corazón, un estómago vacío, la insatisfacción que produce ansiedad, lapso de tiempo suelto que se llama “muerto” cuando no hay nada con qué ocuparlo.
Miguel Ángel Padilla Gómez construye un tzompantli sin título y sin descarnar, seco y estático. Es- tos rostros son parte del polvo, de tierra están hechos; y de la ropa contenida obtienen consistencia. La persona no está, sólo su imagen, la memoria de anónima faz y las ropas que solía vestir. Y por otra parte, el recuerdo sin acabar del trashumante extraviado exhibe su encierro como pájaro en cautiverio en una instalación de ropas terrosas.
Los bastidores se cubren de tensiones textiles y la torsión que produce volumen. En el muro se con- densa un torbellino cíclico de vestidos centrifugados en alguna instancia de la memoria. Todo habrá de volver si no se elabora el pasado. Esta vuelta de ausencias pendientes se parece tanto a la rueda de los tiempos… y a la cadena de desgracias que puede ser la historia eslabonada de ausencias olvidadas.
Trashumantes es un conjunto de obra que codifica el tránsito del cuerpo humano pero desde el testi- monio de la permanencia. Propone la conciencia de los restos, el rastreo de huellas de quienes se fueron sin despedirse. Y nutre la historia artística de obras tocantes de lo humano por el abordaje de la superficie que le cubre y le sobrevive.
Juan Carlos Jiménez Abarca
Historiador de Arte y Crítico
Enero 2013